A veces hay formas breves de resumir un gran conflicto. El deprimido no está para que lo animes, ni entenderá tu lenguaje cuando le hablas desde un lugar fuerte, claro y sano de la vida... porque él está pisando tierras oscuras hace rato. Y por más que le intentes hacer ver las cosas de un modo más ameno, no las verá... está hundido en una realidad afectiva que no se diluye sólo con bromas, buena onda, humor ameno, paseos breves y casuales, o un consejo práctico sobre cosas que tiene que hacer.
El deprimido carece de fuerza, carece de entusiasmo, carece de lucidez, carece de una receptividad normal para entender lo que el otro le dice... carece del deseo de vida.
Llegará un momento en el que el deprimido sentirá que los otros le hablan en alemán, que no está manejando los mismos códigos para ver la vida que manejan todos... se sentirá cada vez más desplazado, aislado, débil y confundido... y poco a poco, cuanta más impotencia sienta al intentar comunicarse y ver que nadie lo entiende, más lejano irá quedando del calor humano... y más fría y dura será su realidad.
Él mismo se irá cavando una fosa profunda. Preferirá estar solo a estar con gente que lo miran raro y que ya no saben qué hacer con él, ni qué decirle.
¿Qué hacemos entonces para no alejarlo más del mundo real? ¿o para que no termine haciendo una locura? Las sugerencias de la imagen son unas prácticas ideas para que sepas cómo desenvolverte de manera básica ante alguien que esté pasando un momento de depresión profunda y seria en su vida.
Primero y antes que nada, hazle llegar tu amor en gestos, miradas, detalles y actos comprometidos, en lugar de agobiarlo con reclamos para que vuelva a la vida, de hablarle compulsivamente en un idioma que no podrá entender y, por ende, jamás te podrá responder.
Intenta ver si tú (que tienes más energía, más claridad, más paciencia, y que estás más sano) logras entender lo que te dice, pero para eso déjalo hablar sin demostrarle ningún tipo de horror o enojo ante sus palabras. Los terapeutas escuchamos sus discursos pronósticos, amenazas, insultos, rabias, impotencias, enojos con la vida y con la gente... y aún así, les generamos el espacio para que sigan volcando tanto veneno interno que lo tiene alejado de la vida.
El deprimido necesita limpiarse, y la primera caricia que puede recibir no es que lo toquen, (muchos creen erróneamente que el deprimido necesita abrazos) y no, la primera caricia que puede aliviarlo es la escucha. Porque es un modo de reencontrarse consigo mismo, el primer amor que le falló. Porque cuando dejamos que se junten muchos dolores desde afuera, es porque el amor de adentro falló y lo permitió.
Es hora de que aprenda a defenderse, a escucharse, a respetarse, a protegerse y a amarse. El deprimido necesita atención, no indiferencia. Presencias, no ausencias. Hechos contundentes, casi palpables, que lo alivien en serio.
En el mundo del deprimido todo es resbaladizo, nada es firme, todo es inseguro, incierto, desconfiable... y por eso las palabras ajenas apenas le llegan.
No pierdas tu valioso tiempo dando largos y densos discursos con consejos prácticos. Intenta aprender su lenguaje para poder recién ahí comunicarte. Todo lo que hagas antes de lograr entenderlo será tiempo perdido para ambos.
No podemos ayudar al que no entendemos su problema. Es como si el psicólogo pretendiera curar a una persona sin escucharla.
Démosle entonces espacio para confiar en nosotros de nuevo y entregarnos de ese modo lo más importante que tiene en este momento: su dolor. Y recién luego, ya entendiendo mejor lo que le pasa, en especial lo que le pasó, podremos juntar las piezas, buscar las ayudas necesarias, brindar los soportes oportunos y no soltar esa mano que necesitó tanto de presencias... por sólo sentir constantes indiferencias, distancias y ausencias.
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com |