En muchas ocasiones nos estancamos en una pataleta infantil del ego, del todo inútil, porque no queremos aceptar la realidad. Negar la realidad, que es un modo de autoengaño, no sólo es inútil, sino que es contraproducente. Y el dolor, el sufrimiento, y todos sus sinónimos, son el fruto de la no aceptación de la realidad.
Si una persona pierde a un ser querido se manifiestan en ella toda una serie de sentimientos o emociones: afección, desolación, disgusto, abatimiento, tristeza, nostalgia, etc., que son de los humanos y son naturales, pero la permanencia del dolor o el sufrimiento son producto de una persistencia en no querer aceptar lo que ha sucedido que, aunque indeseado, es real.
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