Puede que lo que sentimos y no expresamos explícitamente, lo vayamos proyectando de mil formas en nuestros espacios vitales de manera consciente o inconsciente. Por ejemplo, en los objetos que elegimos para decorar nuestra casa, o el nombre que le ponemos a la mascota o incluso en la foto de portada del perfil de Facebook.
¿Y qué hay de la cabecera de nuestra cama, lo que acompaña cada noche de manera silenciosa nuestros sueños?
Una opción frecuente es colgar algún icono, imagen religiosa o espiritual. Otros eligen láminas de paisajes y duermen delante de una gran ventana a la naturaleza, al mar, o a ciudades lejanas. También he visto fotos inspiradoras y frases motivadoras. Escenas eróticas. Y hasta poner detrás de la cama un estante de libros. Las opciones son infinitas. Incluso está la elección de los minimalistas y de los indecisos: no poner nada.
Repasando mentalmente imágenes de cabeceros de camas conocidos (la nuestra, la de familiares y amigos), surgen preguntas sobre sentimientos proyectados allí: ¿Necesidad de protección? ¿De compensar algo que falta? ¿Falta padre? ¿Falta madre? ¿Lo que se admira? ¿Lo que se aspira? ¿Lo que no quiero ver? ¿Lo que es la pareja que duerme delante? ¿Lo que quiero que sea?
¿Qué tienes tú en la cabecera de tu cama?
Carmen Guerrero
Ilustración: Adams Carvalho |