El nombre, esa palabra de la cual eres esclavo. Christophe Richart Carrozza
Cuando entré por primera vez en el Cabaret Místico de Alejandro Jodorowsky en 1992, el hablaba de “Christophe”, justamente mi nombre. Alejandro estaba explicando que mi nombre, el que me pusieron mis padres desde mi nacimiento, estaba cargado de una energía que empuja a muchas personas a sacrificarse, a morir de sacrificio por la familia (sin cumplir su verdadera meta) a reproducir la leyenda católica (neurótica) de Jesús Cristo.
Mis padres me nombraron Christophe. Entre otros nombres bien cargados, soy un muy buen sujeto de estudio para lo que estoy enseñando: la Psicomagia, la Metagenealogía y el Tarot. Así que fui programado para sacrificarme, para ser bueno, para dar sin esperar recibir, etc. Y tengo que admitir que sí, esa cruz la cargué durante varios años para cumplir el mito de lo que muchos piensan sobre quien fue Cristo.
Lo interesante es que los nombres como Esteban, Cristian, Manuel, Emanuel, Jesús y Cristina, entre varios otros, son variaciones sobre el mismo tema y están igualmente cargados de la misma influencia.
Seguramente les parece raro lo que estoy escribiendo, así que voy a explicarles el porqué de algunas cosas que estoy diciendo. Según el organismo científico estatal francés (el CNRS) el consciente representa el 10% de la parte cognitiva del cerebro, así que el 90% de ese órgano increíble es inconsciente.
La dificultad viene de que la parte inconsciente no obedece a lo que le decimos de manera directa, es decir, que no comprende el lenguaje racional de las palabras (la parte consciente obedece con fuerza de voluntad cuando lo que sucede es desagradable, por ejemplo: tengo que ir al trabajo que no me gusta). El inconsciente obedece a reglas distintas. El 90% del cerebro entiende los símbolos y maneja lo que llamamos Realidad. Por eso en la Psicomagia trabajamos con símbolos y actos metafóricos para sanar las repeticiones de los árboles genealógicos.
Hacia donde estoy yendo es que el nombre dado carga de símbolos a tu ser a través de tu inconsciente, programa tu vida en una dirección u otra, puede funcionar como un talismán de la buena suerte o como una prisión que nos impide ser lo que somos, (los dos al mismo tiempo, tú tienes que elegir conscientemente cómo).
En los arboles narcisistas se tiende a repetir los nombres de los ancestros por generaciones y con ello se repiten lo que entendemos por destino, inclusive mucho tiene que ver los nombres de las calles en donde vivimos o nacimos.
También los nombres de las personas que se cruzan en nuestra vida por “accidente” que se llaman igual que un miembro de nuestra familia, no es nada casual.
Es muy interesante saber de dónde viene tu nombre, palabra que parece inocente pero no lo es. En ese famoso Cabaret Místico, Jodorowsky explicaba que un montón de personas cargadas con ese nombre crístico fallecieron “por azar” a los 33 años, por ejemplo en accidentes, enfermedades, sobredosis u otros eventos y “accidentes”.
Si bien esto es una regla de la Metagenealogía, no hay que entrar en la paranoia, esas “reglas” funcionan para muchos de nosotros, pero tal vez no para todos, aunque son muy condicionantes desde un punto de vista simbólico e inconsciente. Además, en mi propio caso, mi madre tiene en su nombre María y mi padre tiene un nombre muy parecido a José, reforzando la programación, fui programado inconscientemente para morir a los 33 años, imaginen el shock que fue entrar en esa conferencia y a la vez la bendición que produjo ese encuentro.
El inconsciente contiene también fuerzas de vida, lo que Jung llamaba la fuerza luminosa (y que se llama también Supra-consciente) y así morí a los 33 años dentro de mi ser, salí de la programación familiar y cambié completamente de vida para mejor. Si el inconsciente maneja tu vida también su parte positiva te da la oportunidad de cambiarla.
En la época de la esclavitud, el dueño daba un nombre al esclavo y así lo marcaba como su propiedad. Cuando Jodorowsky dice “el que te da su nombre hace de ti su esclavo”, no es solamente una imagen. Tener el mismo nombre que alguien de tu familia te carga de su destino, de realizar sus sueños, sus deseos, sus fracasos, a veces así funciona el inconsciente, la relación familiar del niño con sus padres está basada en el amor incondicional hacia ellos, hace que el niño obedezca a sus “dioses” (los padres, sin exagerar).
La orden dada silenciosamente a través del nombre es un contrato firmado con la sangre del que nace, el nombre es nuestro primer contrato. A veces se dice “mi hijo es tan inteligente que va a ser médico o abogado”. Esos son condicionamientos, contratos u obligaciones, recordemos que en la Metagenealogía las enfermedades vienen ya sea por prohibiciones u obligaciones. Por ejemplo, si la madre es enfermera quiere que su hija sea médica, simplemente para realizarla a ella (la madre) ya que por diferentes cuestiones nunca pudo llegar a ser médica. O si el padre es abogado el varón tiende a repetir el destino familiar de ser abogado por fidelidad o miedo de que no lo acepten o quieran dentro del clan de la familia. Esos son los miedos más primitivos del inconsciente, lo cual muchas veces es diferente de lo que ese nuevo ser viene a vivir en este plano de realidad. Así vemos linajes de hombres con el mismo “Luis”, por ejemplo, intentando cumplir un destino o reparar uno que encuentra sus raíces en los padres, abuelos o bisabuelos, y con eso de repetir los nombres los nuevos seres del árbol genealógico se van quedando repitiendo lados de personalidad . A veces recibir el nombre de un hermano muerto (que haya llegado a nacer o no) nos condena a ser el otro y no nosotros mismos. Un familiar que se suicidó convierte un nombre en un motivo de depresiones por varias generaciones que repitan su nombre.
En algunas tribus de América de Norte los nombres cambian según la función del individuo en su grupo. Así, cuando cambia la función, cambia el nombre. El nombre que tenemos nos limita a una sola identidad. Para aclarar eso, podríamos utilizar como ejemplo la imagen limitada del espectro luminoso que puede ver el ojo, el nombre limita nuestra percepción de la realidad.
No solamente es una limitación, sino que va contra el concepto de sub-personalidad desarrollado en psicología. No somos la misma persona a cada momento del día “el yo gruñón antes del café de la mañana” no es el mismo que “el yo amoroso que te trae flores”, y así tenemos muchos yo adentro. Para ilustrar eso, hay que saber que persona significa en griego etimológicamente “mascara”.
Te llamas como tu padre o tu abuelo, eres el encargado de triunfar donde él no pudo. Un actor famoso italiano cumplió el deseo de su madre de ser actriz, y cuando alcanzó el sueño materno, se suicidó porque no tenía su propia meta para vivir, “amaba” tanto a su madre que cuando él realizó lo que ella quería, no tenía más gana de vivir.
A veces son proyecciones de hombres sobre mujeres. En una sociedad machista, el primer nacido tiene que ser “el primero” y no la primera. En Italia hay un dicho: “auguri fili masci”, felicidades es un hijo. Imagínate lo que significa ese dicho si es una hija. Gracias al dios barbudo patriarca existe la feminización de los nombres masculinos. Una niña esperada como niño, que le iba a poner por ejemplo Juan, nace una niña y le ponen de nombre Juana, con el papel de realizarse como hombre: menstruación dolorosa, dificultad para embarazarse, para vivir su sexualidad, por ejemplo: Patricia, Martina, Luisa… nombres de hombres deseados puestos a mujeres que, por lo general, confunden realizarse con realizar su parte masculina, conscientemente o inconscientemente. Pero tenemos todos una parte masculina y una parte femenina. Dice nuestro amigo Jung, animus y anima, finalmente la encarnación no es todo, ¡gracias a Dios(a)!
Mujeres con nombre de hombres pueden ser muy exitosas, como algunas Cristinas o Michelle, por ejemplo. Investigando podríamos pensar que conscientemente o inconscientemente fueron deseadas como hombres. Vemos esa parte masculina muy fuerte en esos dos ejemplos que muestran también que la estructura machista de una sociedad produce presidentas mujeres.
La repetición de nombres se traduce también a veces por la repetición de la misma letra inicial. Luis es el padre de Lucio, que es el padre de Luz… Así, el “destino” se perpetua hasta que alguien abre los ojos sobre la trampa que puede representar el árbol.
Otras generalidades sobre los nombres son, por ejemplo, los nombres de ángeles que hablan a veces de niñ@s no deseados.
Muchas madres quieren serlo sólo porque “hay que cumplir con las obligaciones impuestas por la familia o la sociedad”, hasta que entramos en su inconsciente y la carga de sufrimiento implicado por ese rol es mucho, no solamente porque “dará a luz con dolores”, sino por el ejemplo de su propia madre prisionera de su casa sin poder estudiar o realizarse en el mundo. Así vemos inconscientemente una falta de deseo de ser madre. Ella se ve sola en la crianza, encerrada como “ama de casa”.
Muchos Ángel, Ángela, Angelina, Gabriel, Gabriela, Michael, cargan esa falta de deseo, que se traduce a veces en la vida por una dificultad de saber lo que realmente quieren (hasta tendencias suicidas), saber disfrutar de la vida y a “encarnarse” en este plano.
El que nombra toma poder sobre el nombrado. Los diminutivos, por ejemplo Juanito, Marito, Marianita, Laurita, Bernardita, etc., son un problema porque tienes prohibido crecer y superarlo.
Los nombres compuestos, como por ejemplo María José, seguramente problemas con la sexualidad debido a la “Santa Pareja”, o Juan Pablo, como tus dos abuelos, si la relación no ha sido armoniosa es un gran problema.
Metafóricamente, el nombre que nos dan nuestros padres es como un programa guardado en la memoria familiar que nos indica por dónde seguir aunque sean caminos muy difíciles, y tal vez nos sintamos “como en casa” porque son parte de la familia. Por eso a veces nos resistimos a cambiarnos el nombre, porque significa borrar ese programa y avanzar por un terreno desconocido, conquistar nuevos caminos, en fin, hacernos cargo de nuestro destino y no repetir el de ningún miembro de nuestro árbol.
Examinar tu nombre desde todos los puntos de vista simbólicos es muy útil para conocerse. Tienes el nombre de una actriz famosa, ¿cuál fue su destino? ¿Cuál fue el destino de ese santo que tiene el mismo nombre que tú? ¿O por qué tu mamá le pregunto a la partera cómo podrías llamarte? ¿O por qué tienes el mismo nombre que una amante de tu padre (que seguramente definirá cargar con un nudo incestuoso)? La historia que cuentan esas historias tienen un gran impacto sobre la definición de lo que llamamos identidad.
Para cortar con estas repeticiones a veces es necesario cambiarnos el nombre. Un nuevo nombre puede ofrecernos una nueva vida. Muchos actores, actrices o artistas llegan a la fama cuando se cambian el nombre por seudónimos. Pero también hay que mirar hacia embellezar el nombre (gracias Alejandro) y así cambiar la dirección.
La toma de consciencia de lo que cargamos es el primer paso para cambiar y ayudarnos a salir de una programación a la que llamamos destino, que no necesariamente tiene que ver con nuestro destino. Sin duda, venimos cada un@ a sanar nuestro árbol genealógico realizándonos.
Nos encarnamos aquí con el potencial de realizarnos. Y no se trata de curar a nuestros padres, aunque cuando uno comienza a hacer actos de psicomagia, inevitablemente todo el árbol comienza a cambiar también, sino de seguir nuestro camino personal, por más raro que sea, va a ayudar a limpiar esas generaciones de mecanismos repetitivos tóxicos, que son el testimonio del poder del inconsciente a realizar lo que podemos llamar “anti-milagros”.
Tenemos cada uno adentro el poder de crear nuestra vida de acuerdo a la meta divina del universo, de acuerdo a lo que hay dentro de nuestro corazón.
Cuando bautizamos a un hij@ tenemos que saber que junto al nombre le pasamos una identidad. Evitemos por tanto los nombres de los antepasados, de antiguos amantes o de personajes históricos o famosos, etc. Cada ser que viene tiene el derecho divino a cumplir su potencial personal, su Meta… y todo su árbol (del lado creativo y positivo) lo pide.
Christophe Richart Carrozza
Ilustración: Catrin Welz-Stein |