A ese hombre de aspecto intachable, de modales exquisitos, de conversación culta, de historial sin fracasos y de milimetrado calendario, el corazón se le transformó en una máquina y las venas en cables; se convirtió todo él en un aburrido robot.
Su mujer tuvo que tomar una decisión: fugarse de inmediato con el imperfecto, valiente y pasional vecino, o intentar hacer revivir al androide de su marido.
No sabemos porqué optó por lo segundo. Lo empujó cada mañana por caminos desconocidos, exponiéndolo irremediablemente a la aventura de vivir. A los veintiún días, su existencia estaba descontrolada, cambiaba de parecer, se enfrentaba a nuevos retos nada seg
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