Ir con el tiempo justo a una entrevista de trabajo, no encontrar aparcamiento, dejar el coche de cualquier manera, entrar a la oficina donde se lleva a cabo la selección de personal y decirte la recepcionista, poco después de presentarte, que llegas con tan solo… ¡24 horas de retraso! Estabas convocado para ayer y la persona ya ha sido contratada. Salir con las orejas gachas y no encontrar tu coche porque la grúa se lo ha llevado: habías estacionado en la entrada de un garaje. Estás sin coche, sigues sin trabajo y con una multa que pagar. ¿Te resulta familiar?
Se recoge en el refranero que las desgracias nunca llegan solas, y quizá sea cierto, pero, ¿cuáles son las causas que nos sumergen en una racha de mala suerte y, sobre todo, cómo poder salir de ella? Si partimos de la, a priori, nada esperanzadora sentencia de que todo sucede para que aprendamos, convendría detenerse un poco antes de dejarse absorber por una sucesión nada apetecible de acontecimientos desgraciados.
En realidad, somos bastante responsables de lo que nos sucede, al menos siempre lo somos de la manera en que interpretamos lo que nos pasa: podemos decidir si a partir de ahí crecemos y nos venimos arriba o retrocedemos, eludiendo toda experiencia y lamentándonos. Somos toda una sucesión de personajes con un rol predeterminado: dentro de nosotros tenemos al héroe, al valiente, al justiciero, al afortunado… pero también al tramposo, al mentiroso, al desvalido. Conviene no caer en la trampa de la identificación, porque le estaremos dando escenario al personaje. Estemos atentos. La atención es la base de la transformación. Como lente de aumento que expande aquello sobre lo que se pone, céntrate en los aspectos positivos que toda situación encierra y usa la energía de la misma para vencerla.
Los santeros mexicanos, determinados gurús y chamanes insisten en que parte de estos procesos son necesarios, como muda de piel, para una identidad más ajustada a la situación en la que vivimos. Ofrecen limpias y remedios milagrosos para el ser primitivo y supersticioso que habita en cada uno de nosotros, y realmente pueden funcionar si le damos el poder para que su remedio funcione porque, saliendo de la cárcel de lo cotidiano, alguien rompe nuestro molde racional y nos reconecta con la energía interna que nos hace vislumbrar un posible cambio. Si racionalmente no podemos justificar la mala fortuna, mágicamente nos consuela pensar que hay una solución posible que nos haga reconectar con otro personaje. En definitiva, el poder siempre está en ti, no en nada que venga de fuera. La fe y la confianza son las piedras angulares de todo cambio.
A continuación te daremos una serie de consejos, basados en la racionalidad pero al mismo tiempo entrando en comunicación directa con nuestro mayor aliado: el inconsciente. Son herramientas útiles, siempre y cuando decidas comprometerte de antemano contigo mismo a darte sólo aquello que te mereces, y que es mucho si de verdad osas dártelo.
1.- Desde ya mismo, deja de quejarte del momento que vives: no te quedes reducido a un nivel infantil de conciencia, donde tu niño interior pide y pide sin ofrecer nada, esperando salvaciones milagrosas (un premio de lotería, algún regalo caído del cielo, alguien que lo salve de cualquier modo, etc.) Comienza a actuar y a dejar de identificarte con el pobre desvalido al que todo le sucede y saca a tu guerrero/guerrera interior. La queja, como toda adicción tóxica, da un placer secreto y dañino, trata de cambiarla por el agradecimiento. En 24 horas hay sobrados motivos para dar las gracias. Te hará mucho bien.
2.- La vida es cíclica: la luna crece, mengua, desaparece y regresa. Las estaciones se suceden. Nada dura para siempre, ni lo bueno ni lo malo. Basta pensar que de absolutamente todo se sale. Del momento en el que ahora mismo te hayas inmerso también.
3.- “Verdad es lo que es útil” dijo el Buda, y como es ciertamente positivo pensar que todo sucede para nuestro bien, no estaría de más replantearse los malos periodos como un reajuste necesario, un periodo de limpieza forzada de todo aquello que definitivamente ya no nos sirve y que determinadas circunstancias de la vida, en principio externas a nosotros, están siendo más aliadas que enemigas.
4.- Estamos encantados con nuestra zona de confort: nuestro espacio y modo de vida, aunque los sintamos como lastre, son nuestra identidad, para bien o para mal. Toda sacudida que nos libere de alguna manera de nuestro viejo y conocido perímetro de acción nos aterra. Aunque resulte duro, tómatelo con el mayor sentido del humor posible.
5.- Si persistes en la creencia de que el gafe es algo que te supera, acude a una tienda de ropa en la que te puedas probar todo tipo de prendas de vestir. Adquiérelas y cámbiate en un probador, dejando toda la ropa antigua ahí y saliendo con la nueva. Le estarás dando la información al inconsciente de que, como serpiente que muda la piel, estás dispuesto a evolucionar y no quedarte estancado en un rol que ya no te sirve.
6.- En definitiva, todo miedo se reduce a uno: terror al cambio. Vivamos el proceso de mala suerte como una transmutación necesaria hacia lo que verdaderamente somos. Aunque nos vaya la vida en ello, insistimos: todo es para el mayor de los bienes.
Porque te la mereces: ¡Buena suerte!
Luis Miguel Andrés. Profesor de filosofía y consultor personal |