Muchas personas culpan siempre a los demás de las decepciones en su vida. Hay como una imperiosa necesidad de buscar culpables. Y nadie se detiene a pensar que quizás simplemente fue uno mismo el que percibió de manera distinta al otro. El que adornó la figura del otro con necesidades o carencias personales. El que supuso e imaginó que el otro tenía ciertas cualidades, cumplía con ciertos encantos. Y así llega un momento que la persona se convence que conoce profundamente a la otra. Pero los hechos siempre tienen la última palabra. Y ya es costumbre entre humanos darnos cuenta que muchas veces aquello que era de determinada manera, luego resultó ser de otra. Y lleva tiempo y torrentes de lágrimas y decepciones darnos cuenta que quizás simplemente nos hicimos una idea equivocada de la persona. No siempre sucede así, muchas veces el otro viene con doble cara y dobles intenciones. Pero vale la pena hoy manejar esa opción, muy posible en la vida, que nos pasa a todos. Y es que nos hacemos una imagen concreta del otro que si la profundizamos nos daremos cuenta que está muy lejos de la real.

Muchas veces, influenciados por nuestras propias necesidades, agregamos y quitamos aspectos en el otro. Lo disfrazamos sin que él mismo se de cuenta. Y nosotros menos. Es un mecanismo, probablemente de defensa personal, donde ante el miedo de que ciertas cosas de nuestra historia se repitan, adornamos la realidad, le ponemos "toques personales", lo amoldamos mejor a nuestros vacíos, nuestras faltas, nuestros temores, nuestro pasado y nuestras ganas de cierto futuro. Y cuando vamos a ver al otro, ya no es quien es realmente, sino quien nosotros queríamos que fuera. Y si dice algo que no encaja con "la idea que nos hicimos" nos enojamos y nos decepcionamos. Pero no es una falla del otro, es una falla nuestra.

Estemos más atentos en nuestra forma de relacionarnos, en especial en los vínculos importantes. Separemos las aguas, apartemos lo que nosotros queremos, suponemos y creemos y prestemos atención a quien es realmente el otro. Y recordemos que nadie es perfecto, que las diferencias se pueden pulir, que las mejorías son posibles a través del diálogo y acuerdos, que hay formas de cada uno que pueden amoldarse y aprenderse si se charlan, si se trasmiten y no se guardan.

Y si el otro, con su manera de ser, de algún modo te lastima, te daña, te frustra, o te desilusiona, recuerda que hay demasiados seres vivos rodeándote ahora mismo. Las oportunidades de crecer en una relación están accesibles. Puedes acceder a relaciones más sanas, más plenas, más tranquilas, más productivas para ti y para el otro.

No tienes que cambiar la imagen del otro a tu deseo y necesidad. O lo aceptas o te apartas. Pero intenta siempre respetar que sea él mismo, así como quieres serlo tú con él. Que el ser auténticos sea un pilar básico entre tú y esa otra persona.

Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena – www.suconsulta.com

Ilustración: Viet-My Bui