Más que máscaras parecen escudos defensivos, protecciones que la persona aprende a usar desde que es pequeña, desde que la vida le enseñó que tiene que ponerse esos disfraces y caretas.
Lo único real de ese "juego" es que están ocultando la verdadera identidad de quien que los usa.
Un simple ejemplo, el que fue maltratado aprende con el tiempo a mostrar su faceta del fuerte y desafiante, del contestador y rebelde, para mostrarle al mundo que sabe defenderse... es un modo de decirle a todos: "a mí no me toca nadie más, de mi nadie más abusa, yo puedo defenderme solo, ¿a ver quién se atreve a tocarme de nuevo?" y saca sus dientes y uñas furioso, y aparenta ser valiente y fuerte... cuando debajo de la máscara lo que hay es aún un niño llorando y pidiendo ayuda.
Hay que bajar lentamente las máscaras. En una tarea ardua, lenta, profunda, minuciosa, la persona tiene que ver que ya no necesita escudos para defenderse, que ser él mismo es un alivio, que en oposición a lo que él cree, mostrarse tal cual es, es lo mejor que le puede pasar... salir de las trampas del disfraz, de las apariencias, sacar los velos...
Y es en esa tarea ardua que se intenta rescatar de las penumbras a sus partes reales, al desnudo, sin temores, sin sentirse tan expuestos, amenazados o en peligro.
Cuando la persona descubre que ser auténtico no le genera desequilibrios, sino por el contrario se siente más fortalecido y claro, se pregunta: "¿por qué no lo intenté antes? ¿por qué viví toda la vida intimidado a que se viera mi cara real? ¿por qué creía que decepcionaría al otro mostrando mis partes débiles? ¿de dónde saqué yo la convicción de que vestirme de apariencias, rasgos falsos, fingiendo, simulando, ocultando era lo mejor para mí? En realidad, sacrifiqué mi propia identidad... ¡me perdí de mi mismo!"
Pero tenemos que entender que el origen de esas formas de vivir fueron tempranos, las raíces de esas caretas están enterradas en nuestros primeros años de vida donde aprendimos que para ser amados y respetados había que buscar aprobaciones, esperar aplausos y aceptaciones, y para obtener el beneplácito de todos los que nos importaban hacíamos todo lo posible por llamar su atención... hasta el punto de sacrificar nuestras propias esencias, dándoles a los demás lo que querían o lo que creíamos que necesitaban ver en nosotros para ser más respetados y queridos. Y el mejor recurso al que todos recurrimos es al mundo de los antifaces, del artificio, del disimulo, de las máscaras.
Y jugando con esas herramientas en nuestras relaciones llegamos a la vida adulta, ya sin entender mucho cómo hacer el viaje de regreso a quiénes somos realmente.
Cómo rescatarnos a nosotros mismos. Somos marionetas que cuelgan de hilos invisibles, haciendo lo que los demás quieren ver, lo que los demás necesitan, lo que los demás reclaman de nosotros.
Toma las riendas de tu vida. No eres muñeco ni títere de nadie. Eres el escritor de tu propia historia. Tú mueves tus hilos, tú te diriges. Tienes tus propias capacidades, muchas de ellas aún ocultas por buscar aceptación de otros. Nadie vive tu vida más que tú mismo.
El otro es un agregado a tu historia con quien puedes construir hermosos vínculos o apartarlo para siempre del camino. Tienes tu recorrido por delante. Sé dueño de tus zapatos para recorrerlo. No te pongas lo que otros te digan. Quien realmente te ame te aceptará tal cual eres, sin adornos, sin máscaras, sin disfraces. Tú al desnudo, en cuerpo y alma, con defectos y maravillas, como todos tenemos. El amor real te espera, pero primero tienes que aprender a amarte a ti mismo. Comienza por cortar los hilos de aquellos vínculos que te hacen sentir marioneta... y vuelve a humanizarte. Baja la máscara, ya no la necesitas más. ¡Y bienvenido a la vida real donde serás para siempre tú mismo!
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com
Ilustración: Igor Morski |