La realidad está llena de imperfecciones y esa imperfección nos incluye a nosotros.
Ahí puede entrar en juego la idealización, que puede darse de dos maneras:
Podemos atribuirles a otros cualidades idealizadas donde los aspectos oscuros no existen, frustrándonos cuando no responden a nuestros ideales.
O puede que seamos nosotros quienes ocupemos un lugar idealizado por otros, lo que hace que perdamos toda espontaneidad.
Si acepto ser idealizado, me veo obligado a cumplir con las expectativas de los demás, y de esta manera, me alejo de mi ser auténtico. Si me salgo del marco y me muestro imperfecto, me expongo al rechazo y vuelvo a caer en el dolor que quería evitar.
Aceptar la idealización implica también ser capaz de aceptar el rechazo. No quedarme enroscado en el apego de otros, y reconocerme como realmente soy, incluyendo lo que no me gusta de mí. Y después, aplicar lo mismo a las demás personas.
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