Un hombre tenía un perro acostado en el piso de madera de su casa... Con la particularidad: cada vez que el perro se movía, se quejaba.
Un amigo del hombre, que había ido de visita, se extrañó al ver al perro tumbado, molesto y aullando cada vez que hacía determinado movimiento. Así que decidió preguntar:
- ¿Qué le pasa a tu perro, que se queja de esa manera?
- Ahhh, es que está acostado sobre un clavo y cada vez que se mueve le duele.
- Bueno, ¿y por qué no se mueve de ahí?
- Creo que, porque "le molesta lo suficiente como para quejarse, pero no lo necesario como para cambiar de lugar".
¿Cuántas situaciones de este tipo se nos presentan a diario en nuestra vida y nos quedamos en la queja, sin intentar movernos para que termine la molestia?
¿Será que a veces nos acostumbramos al clavo y nos resulta más cómodo quejarnos que intentar el cambio?
¿Tendremos miedo a no saber qué hacer cuando no tengamos de qué quejarnos?
¡Cuanto hay para pensar...! ¡Y mucho más para hacer!
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