Recientemente, una persona me dijo una frase que seguramente muchos la han pensado y sentido en ocasiones especiales de sus vidas: "Quiero generar días hermosos, plenos de vivencias nuevas deliciosas en el presente... ¡para no refugiarme nunca más en mi pasado!".
Su reclamo era evidente. Es una persona que, al igual que muchos, vive de su pasado. Se alimenta de él. Lo necesita refrescar constantemente para tener una sonrisa en su rostro, para emocionarse, para sensibilizarse. Su presente lo agobia, lo asfixia, lo tiene vacío, sin emociones, sin sonrisas, sin sentido...
Cuando nuestro presente se llena de huecos afectivos y emocionales, donde la persona queda como anestesiada, donde no siente plenitud interna, entonces, sin duda el pasado siempre tendrá más encanto y lo atraerá en recuerdos y nostalgias constantes. La persona se refugia en él. Necesita sentirse vivo de nuevo, y como en el presente no se permite sentir, corre mentalmente a su pasado y revive situaciones, las recuerda con detalles, con sensaciones físicas. Hasta percibe aromas, brisas, ecos, sonidos del momento, tonos, palabras, miradas, música o canciones, el ritmo de respiración, el abrazo, el alivio, la complicidad, el beso, los reflejos, las luces, los roces... miles de detalles se juntan y construyen el recuerdo. Aunque no sea una imagen nítida, el pasado igual impacta con impresiones, registros y percepciones que evocan un pasado mejor y más lleno que el presente vacío de tan agradables huellas en la memoria.
El pasado le gana al presente. Y de esa manera nos olvidamos de vivir.
Se trata de un desafío constante, soltar lo que ya pasó para poder abrirnos a lo que vendrá. ¿Con qué manos podemos aferrarnos al presente o soñar con un futuro, si utilizamos todas las fuerzas que tenemos para prendernos del pasado?
Obviamente, los buenos registros siempre es bueno recordarlos, son ocasionales bálsamos necesarios. No se trata de borrarlos ni de perderlos, pero no pueden tener más protagonismo que nuestro presente. Si hay una oportunidad para mejorar el pasado, estará en el presente.
Si nos centramos en lo que podemos hacer, ya soltaremos lo que no se pudo hacer. Focalizar nuestra atención en aquello que ya no podemos modificar nos quitará motivación, energía y claridad para mejorar nuestra calidad de vida en el aquí y ahora. Es cierto, el pasado puede volverse una gran carga. Pero si la comenzamos a compartir, a dialogar en espacios íntimos y apropiados, si nos atrevemos a procesar lo que sucedió, sería un buen comienzo para empezar a soltarlo... y la carga se irá aliviando.
La persona finalmente llenó su presente de eventos que él mismo se impedía vivir. Ahora tiene nuevos y buenos registros de los que alimentarse para abrir los ojos cada mañana.
Pero el primer paso para liberarse de esa cadena que lo esclavizaba a un pasado que ya no podía cambiar, era que él mismo llegara a su consulta privada diciéndome: "No doy más, quiero llenar mi presente de cosas hermosas, deliciosas, quiero sentirme vivo de nuevo, quiero sensaciones nuevas, gratas, plenas..."
Cuando uno mismo se lo dice, se lo reclama, se lo pide (no olvidemos que en terapia nos hablamos a nosotros mismos) y se lo exige, ya se vuelve una necesidad imperiosa actuar en consecuencia a lo que sentimos y decimos. Se trata de nuestra vida y queremos vivirla. Ya no más lo que fue. Ahora que nos invada lo que viene. Y en todo caso, que el pasado sirva como enseñanza y motor para mejorar el futuro... y el presente es sin duda la herramienta principal para lograrlo.
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena |