Para dejar de ser víctima la persona primero tiene que concretar una ardua tarea, y es la de aprender a verse como tal. El paso primero para decir basta es primero asimilar que lo eres. Si no te ves víctima jamás actuarás defendiéndote. Uno de los rasgos más característicos de las reales víctimas es que no lo reconocen, adornan los hechos, niegan lo obvio, justifican lo injustificable, dudan y soportan lo insoportable. Quizás la vida les enseñó a soportar eso, quizás su autoestima tiene un daño profundo que les impide reconocer que están en una trampa, pero la mejor parte de todo esto es que la real víctima cuando por fin se ve, se reconoce como tal, reacciona.

Para liberarte de las cadenas que te atan al estado de víctima, primero tienes que ver esas cadenas, sino jamás podrás soltarte.

Es obvio que en cualquier situación, inclusive en la dinámica entre víctimas y victimarios, todos son responsables, todos tienen algo de responsabilidad en los eventos acontecidos. Pero la solución final no viene sólo en reconocer esa responsabilidad en lo que pasó, sino en buscar cambios y salidas a la trampa en la que estás arrinconado.

Ninguna víctima goza con serlo, sólo está cegada por formas internas dañadas que le impiden ver lo que realmente vale y se merece.

Cuando por fin lo ve, la víctima actúa. Cuando por fin se mira a sí misma sin velos y se reconoce en su real valor, es ahí donde recién lo exige, lo reclama, lo pelea, lo busca. Ese auto-rescate es el gran mérito de una víctima, no sólo el reconocer que tuvo un papel en los hechos que pasaron. Reconocer lo obvio no es una solución, la solución está en la fuerza de recordarse a sí misma lo que vale y tener el valor para enfrentar los cambios que surjan una vez ella mueva una nueva ficha en su vida: defenderse para dejar de ser víctima. Algo que pocos aplauden.

Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com