Un conocido asesino en serie parado delante nuestro, amenazante, eso no es un miedo interno, es un claro y evidente miedo que se genera por algo inquietante que está afuera nuestro, generándonos una sensación de serio peligro inminente. Esos miedos ya sabemos que el origen no es interno, es evidente que está afuera nuestro.
Pero hay muchos miedos con los que algunas personas cargan toda una vida, depositándolos afuera, creyendo convencidos que son otras situaciones o personas las que los generan, que emergen en nuestro interior, surgen desde las profundidades de nuestro psiquismo dañado, sus raíces están arraigadas adentro de la persona, no afuera.
Un ejemplo simple es cuando en la oscuridad de la noche sentimos ruidos extraños, sospechosos. El que tiene un interior en armonía, calmado, que no tiene fantasmas acosando adentro suyo, buscará sin alterarse y de un modo sereno una explicación lógica para ese ruido: "¡Habrá sido el gato de nuevo que tiró algo!", o " ¡Qué torpe! de nuevo dejé algo mal apoyado y se resbaló al suelo", o sin perturbarse mucho se levantará pensando: "Mejor voy a ver qué pudo ser eso"
El que tiene un interior lleno de inquietudes, de agobios, de fantasmas amenazantes, de desequilibrios, de un pasado conflictivo que le perturba con angustias e inquietudes constantes el presente, apenas sienta el misterioso ruido, lo vivirá con recelo, lleno de inseguridades, hará hipótesis terribles sobre lo que estará esperándolo en la oscuridad de donde emergió ese sonido y lo vivirá todo como algo escalofriante.
El ruido es el mismo, las percepciones de lo que pudo ser son opuestas. El que tiene un interior sano se angustiará menos. El que tiene un interior perturbado con trastornos los proyectará afuera y los transformará en los peores fantasmas.
En la imagen Caperucita entendió que sus miedos por el lobo eran en verdad internos. En esta versión del cuento se hicieron cambios: el lobo era bueno, ella sólo lo veía y vivía como una amenaza porque puso en él miedos antiguos de ella. A veces ponemos afuera nuestros contenidos internos.
Para muchas personas es más fácil maniobrar con los miedos, manejarlos, si los ponemos afuera. O sea si los proyectamos a nuestro mundo exterior y los depositamos allí, en el entorno que nos rodea, cercano o lejano, pero el miedo que adentro no tiene forma lo corporizamos afuera, y de esa manera lo controlamos mejor. Es más fácil tenerle miedo a las alturas, porque las podemos evitar, que tener pánico a algo sin forma adentro, algo confuso, emociones que a veces no se pueden explicar, definir, o que si las llegamos a pensar nos causan un terrible y profundísimo dolor. Mejor poner ese miedo en un lobo afuera y de esa manera esquivamos al lobo, ¿verdad?
Pues es un autoengaño que nos hacemos. El miedo igual sigue latiendo adentro y necesita ser extraído para ser superado, necesita limpiarse nuestro interior para poder volver a sentir oxígeno en nuestro psiquismo. El miedo no tratado adquiere poder intenso con los años y sólo nos asfixia y limita más. Necesitamos ir a la real raíz del problema. Dejar de culpar a los lobos de afuera y entender que el miedo real estuvo siempre latente adentro.
Cuando por fin lo hagas te liberarás de manera definitiva de tus fantasmas internos, te sacarás los monstruos que te tenían condicionado a una vida limitada, restringida, y por fin podrás decir: me saqué el lobo de adentro, ya soy libre, ya puedo despedir a mis miedos, ya los entendí y ya los he soltado, ¡ya puedo ser yo mismo de nuevo!
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena – www.suconsulta.com
Ilustración: Paula Bonet |
