La relación sana justamente consiste en sacar lo más maravilloso de ti, aquello que incluso ni imaginabas poseer. La relación sana te eleva, te re-descubre, te hace ver en ti todo un potencial constructivo delicioso que estaba oculto, que tenías y desconocías... y que te anima a proyectarte a más, siempre más lejos, más alto, más en todo.
La relación sana borra los miedos, motiva al acto, no te corta alas, te las extiende.
No cuestiona, te escucha con una sonrisa paciente. Cree en ti, no sospecha, no duda. Te da oxígeno, no asfixia.
Te deja fluir en un constante ir y venir de placeres mutuos que surgen naturales de ambos lados, porque cuando la energía es edificante se contagia: es fácil dar al otro lo que el otro mismo provoca. Se auto-genera una dinámica entre dos del modo más natural y delicioso. Se da lo que se recibe, se entrega lo que se toma, el clásico ir y venir afectivo que de tan lógico muchos ni lo imaginan: si me tratas bien, si me haces sentir de lo mejor, será sencillísimo disfrutar tu compañía, tu sonrisa, tu cuerpo, tu confianza, tus confesiones... y sin darme cuenta te daré lo que tú mismo generaste en mí.
Muchos reclaman sin entender que no dieron al otro lo que él realmente necesitaba. Antes de reclamar al otro las faltas que tiene contigo, detente a pensar si no hubieron fallas tuyas con esa persona que no atendiste ni supiste reparar.
No se trata de esmerarnos tanto en señalar a culpables, sino de entendernos y ser claros. Sólo así podemos cambiar y mejorar una relación.
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com |