Es cierto que hay riesgos en la vida si decidimos vivirla, si decidimos jugarnos por nuestras ideas, principios y valores, si decidimos arriesgarnos por amor, si nos lanzamos a nuestros sueños y ambiciones. Sí, es como ser un barco que sale a enfrentar amenazantes tormentas, enormes nubes negras y fuertes vientos huracanados, frágiles ante la vida, expuestos.
Así se siente lanzarse a vivir. Salir de la seguridad de un hogar, o de supuestas relaciones que nos protegían, o de familias que nos cobijan, o del amparo de nuestra ciudad o país. Salir es sinónimo de arriesgarse.
Salir al mundo a vivirlo es casi una obligación, porque la vida no es el encierro, no es el engañoso estado del supuesto refugio y abrigo que supone estar en un pequeño espacio toda una vida. Limitado, sin conocer el mundo, sin recorrerlo, sin aprender del roce diario con otros.
Salir del nido también significa choque. Y el choque es aprendizaje. Al dar un paso afuera colisionamos con el mundo. Salimos con las escasas herramientas que nos enseñaron a usar para relacionarnos, pero necesitamos seguir desarrollándolas, multiplicarlas, fortalecerlas, actualizarlas. Poco a poco vamos aprendiendo a vivir.
Desde pequeños, las primeras lecciones que nos hicieron crecer, evolucionar, independizarnos incluso, surgieron de los grandes impactos contra la vida, contra la gente, el socializarnos, el salir al campo de batalla que a veces es enfrentar lo diferente.
Nuestra zona de confort nos protege, pero nos limita. Jamás creceremos en ella. Jamás avanzaremos. Jamás aprenderemos algo nuevo. Jamás descubriremos nuestros reales potenciales.
Allí estamos cómodos, sin preocupaciones, sin tensiones, sin grandes cuestionamientos, sin inquietudes, sin desarrollar grandes sueños, sin enfrentar luchas que nos hagan fuertes soldados. Es como ir a un gimnasio a ver cómo otros fortalecen sus músculos, mientras los nuestros se van reduciendo, desapareciendo. Pero tarde o temprano el barco tiene que salir del puerto. Así es la vida de todos. A todos nos toca pisar la calle y enfrentar la realidad que hay del otro lado. Y es una pena teniendo la oportunidad de crecer, de potenciarnos, de evolucionar, de fortalecernos, de aprender, de madurar, de elegir, escoger por engañosa conveniencia no salir de nuestro puerto y quedarnos recluídos, postergados, demorados, en un puerto que, en realidad, jamás nos cobija, porque nunca crecemos dentro suyo, porque nos anula y porque sólo nos enseña a ser almas débiles, confundidas, que no sabren enfrentar tormentas y que viven en un mundo irreal. Porque el mundo real está afuera, donde hay otros barcos enfrentando sus propias tempestades.
Sal de tu puerto, lánzate a las tormentas, cuida tus afectos importantes, ama, arriésgate ¡y vive tu vida!
Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com
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