Tenemos que asumir las consecuencias de nuestros actos.Aunque los hagamos con las que creemos son las mejores intenciones, incluso convencidos que no dañamos a nadie, con los más sólidos argumentos, de todos modos el entorno recibe el eco de nuestros movimientos y decisiones.Y cuando generamos daños, la palabra perdón, no es suficiente para borrar las heridas marcadas en el mundo interno de las personas involucradas.Por algo existen tantas personas con las sombras del pasado clavadas como un puñal. Con dolores tan antiguos que ni ellos mismos pueden creerlo. Y tantos se preguntan: ¿cómo pudo aquello, tan lejano, llegar a mi presente y determinarlo de esta manera?Sencillo, porque quedaron algunas heridas aún abiertas, y las que cerraron, no borraron el dolor sentido para siempre, quedaron registros como cicatrices en la memoria, marcas imborrables de aquellos "golpes de la vida". Muchas cosas quedan allí, aunque la persona no quiera, aunque se esmere por hacerlas a un lado, aunque las minimice, aunque se distraiga con otras situaciones o relaciones, aunque pida perdón. Donde hubo dolor, quedan marcas.Muchos reducen todo a "saber pedir perdón" o "saber perdonar", y consideran que con sólo ese logro, ya está todo superado.Pero al igual que un plato que cae al suelo, y queda más frágil, en comparación a lo que era antes de caer. Pierde su solidez, su consistencia firme, su belleza. Ahora tiene marcas que se pueden volver a abrir, queda más frágil y expuesto a romperse nuevamente en cualquier momento. Así queda el psiquismo tras fuertes daños.Y por eso hay que volverlo a fortalecer, desarrollar nuevos mecanismos de protección, acariciar las cicatrices viejas para generar piel nueva sobre ellas, y que el cuerpo poco a poco se revitalice y se recupere de los impactos del alma.Esto no quiere decir que no se pida perdón, es importantísimo hacerlo, en cualquier vínculo, porque es un reconocimiento ante el otro y ante uno mismo del fallo cometido, es un entrar en consciencia de las consecuencias de nuestros actos, es un bajar la cabeza, salir del orgullo, descender del pedestal de la soberbia, y entender que ya es hora de reconocer el error, y lamentar desde lo más profundo las heridas que abrimos en otros.Ese perdón es un acto de valentía también, y un resignificarnos ante otros, tenemos el valor de ver el error y no lo negamos.Tampoco se trata de llenarnos de odios y enojos, no decimos que no hay que pedir perdón, o que no hay que perdonar, esos son actos necesarios, llenos de crecimiento personal para ambas partes. Ambas tienen que hacerlo. Ambas se lo merecen.Pero de lo que sí tenemos que darnos cuenta, es que una vez hecho el daño, es real que queda fragilidad y marcas, y que lleva largo tiempo el recuperarnos de golpes tan bajos, ese tiempo depende de tu crecimiento espiritual, emocional, tu capacidad de comprensión, tu saber de la vida, tu madurez, tu fuerza para luchar contra vientos y mareas, tu perseverancia a pesar de los momentos de caídas y profundo dolor, tu saberte levantar del barro, y en especial, de tu capacidad de rescatarte a ti mismo, acariciarte, entenderte, animarte, y recordar que en la vida hay instancias para todo, y que la lágrima y la sonrisa están más entrelazadas de lo que imaginamos.Pero recuerda siempre: toma más consciencia antes de actuar, una vez que tires el plato, él jamás volverá a ser el mismo.Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com |