Saber compartir los silencios es uno de los desafíos más difíciles de sobrellevar entre humanos.
Muchas personas no saben qué hacer con el silencio del otro, y no se les ocurre que quizá lo único que necesita es silencio para re-encontrarse, para re-ubicarse en su interior, para recordar quién es, lo que siente y lo que piensa, para escuchar sólo su voz.
El silencio quizá para el otro signifique un arma de sobrevivencia ante tantos ataques frontales de todos lados, el silencio es un modo de volver lentamente a la paz y a la coherencia.
El silencio es el mejor modo de existir en ese preciso momento. Y saber acompañarlo en ese silencio distante, saber estar al costado firmes, apretando manos, mirando atentos sin decir nada, diciendo "presente, aquí estoy" sin abrir la boca, sólo con gestos, con actitudes, con miradas atentas, dejando que el otro fluya, toque su esencia, por fin sepa quién es y lo que desea, recuerde a qué vino a la vida y cómo quiere vivirla, se sane de nostalgias, llore las lágrimas que aún guardaba y que la realidad no le dejaba soltar, que sonría trayendo del pasado escenas casi olvidadas, y le dé cuerpo y forma a viejos proyectos que casi deja perdidos en las ganas, porque el ruido, las voces ajenas y el ritmo acelerado sólo lo marean y lo hacen soltar la única mano que no tiene que soltar jamás: la suya.
Aprendamos a acompañar al otro en su silencio, seamos valientes, no temamos al silencio que nos impone, dejémoslo que recorra su soledad, viviéndola, la necesita, y si nos llama, y si nos busca, quizá no es para hablar, sino tan solo para escuchar, para ser recipiente de sus angustias, dudas y miedos.
Aprendamos a decir sin abrir la boca, sin soltar una vocal siquiera: aquí estoy si me necesitas.
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena |