Algunas personas son excluidas de un sistema porque se dice que no son dignos, por ejemplo, porque alguien es jugador, o alcohólico, u homosexual, o criminal.
Siempre que una persona sea excluida de esa manera, cuando algunos dicen "Yo tengo más derecho de pertenecer que él/ella", el sistema queda perturbado y presiona para lograr una reconstrucción y una reparación.
Porque aquél que fue apartado o excluido de ésa manera será imitado más adelante por un descendiente, sin que éste se dé cuenta. Él se siente como el excluido, se comporta como él y, a menudo, termina como él. Para esto hay una única solución.
Es necesario volver a incluir en el sistema a aquél que fue considerado malo, y reconocer que él tiene el mismo derecho de pertenencia que los demás. Y hay que decirle: "Te hemos hecho una injusticia y lo sentimos".
Luego es posible ver que, justamente de aquella persona que había sido excluida, emana una fuerza grande y buena para los descendientes. Esa persona se vuelve como un patrono para ellos.
El segundo orden del amor expresa que todos tenemos derecho a pertenecer, pero a menudo somos especialistas en juzgar, señalar, separar, comparar. Eso que juzgamos puede ser la puerta para desencadenar un desorden, repetición del destino del excluido, una enfermedad por culpas o resentimientos enquistados en el sistema familiar, adicciones para anestesiar el dolor del sistema familiar, entre otros.
Si revisamos nuestra historia familiar nos daremos cuenta de cuántos excluidos hay.
Incluyamos con amor. Incluir no es estar con esa persona si nos hace mal, se trabaja vínculo no relación, míralos sin juicios y con humildad, dales un lugar en tu corazón, habla de ellos en la familia.
Bert Hellinger “El manantial no tiene que preguntar por el camino” |