Imagen de Rafal Olbinski

Lo que vivimos en la infancia lo recreamos de adultos de diferentes formas. Por ejemplo:

Tapamos nuestras carencias con comida.

El primer alimento que recibimos, tanto el físico como el emocional, viene de la madre. Posteriormente, cuando somos adultos, tendemos a tapar nuestras carencias con comida. Tenemos una sensación de vacío e inconscientemente comemos para sentirnos llenos. La pregunta que hay que hacerse es: ¿Qué carencia estoy tapando? ¿Qué vacío pretendo llenar?

También tenemos tendencia a realizar de adultos lo que no nos permitieron de niños. Algo así como la versión adulta de la acción infantil.

Por supuesto, podemos haberlo desarrollado de forma tanto positiva como negativa. Por ejemplo:

Si nuestra madre no nos dejaba alejarnos mucho de ella, es posible que ahora nos encante viajar, o si nos ha creado un miedo a alejarnos de nuestro territorio, puede que nos asuste viajar.

Si no nos dejaban subir a los árboles por miedo a que nos hiciéramos daño, es posible que ahora nos gusten los deportes de riesgo.

Una persona con ludopatía es la versión adulta de jugar.

Una persona que utiliza drogas es la versión adulta (y poco sana) de diversión.

Una persona que abusa del alcohol, posiblemente esté buscando la dulzura que le faltó de niño. Por otro lado, el alcohol es la versión adulta de las chucherías y los dulces.

Recordemos la frase de Alejandro Jodorowsky: “Debajo de la enfermedad, está la prohibición de hacer algo que deseamos, o la orden de hacer algo que no deseamos.”

De modo que, ante cualquier conflicto, puedes hacerte la siguiente pregunta: Esta es la versión adulta de…” ¡Seguro que te dará muchas pistas!

Eva