Para curar las heridas hay que entrar en ellas. Sólo así las podremos limpiar a fondo, desinfectarlas, sacar la parte infectada y ya putrefacta, con olor desagradable, que impregna nuestra historia.

No podemos esquivar los hechos que nos marcaron. No podemos estar toda una vida jugando a los distraídos. Conlleva mucho esfuerzo y trabajo el intentar estar ciegos ante lo evidente: el pasado condiciona nuestro presente.

Si hay algo dentro tuyo que aún determina demasiado tu ánimo actual, que te frena, que te limita, que te impide avanzar, entonces, no lo eludas más, no lo evites, ¡enfréntalo! Tráelo a tu mesa, siéntalo delante y habla con esa parte de tu historia. Si es necesario, revívela, encárate con el dolor antiguo (ya no es el mismo... porque tú ya no eres el mismo que lo sufrió...) Ahora puedes limpiar aquello que en el pasado no supiste confrontar.

Muchos hechos sucedieron porque tú, en ese momento, no supiste protegerte, no entendías lo que pasaba, o no eras aún un adulto preparado, informado, que actuaba con madurez y conocimiento.

Las heridas pueden ser viejas pero el dolor es presente. Sólo te sanarás si metes tus propias manos, arrancas el núcleo de tu dolor y los recuerdos, y hagas la paz con ellos. Y todo será una reconciliación contigo mismo, una liberación, un ser por fin tú mismo, ya más limpio y fortalecido.

¿Sabes por qué tienes que hacerlo? Simplemente porque es tu vida y te lo mereces.

Si alguien en el pasado no supo hacerlo, ¡tú sí puedes! Tienes que encontrar la fuerza y la valentía para hundir esas manos y hacer tú mismo la tarea.

Hay apoyos apropiados para que no transites esa experiencia solo, jamás los desprecies, si piensas que los necesitas, búscalos. Una vida nueva te espera.

Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com