En una excavación arqueológica apareció una semilla petrificada. Los expertos analizaron la materia de la que estaba compuesta, la ubicaron en un tramo cronológico de la prehistoria y la colocaron en una urna, junto a otros fósiles de esa misma zona geográfica. Parecían tristes cadáveres etiquetados y expuestos a científicos y curiosos visitantes de un museo que la contemplaban con una mirada racional, poniendo nombre, fechas y números a todo lo que veían.
Pasaron años hasta que un anciano jardinero vio esa semilla con otros ojos. “¿Y si pudiese devolverla a la vida?”. La sustrajo del museo sin demasiada dificultad, la regó, le proporcionó nutrientes, la puso a la luz del sol y a la luz de su mirada amorosa y esperanzada día tras día, hasta que de ella nació una bella planta insólita llena de vigor.
Tal como esa planta, hay partes de nosotros, dones, habilidades y talentos que quedaron fosilizados durante la infancia, carentes de la mirada de los que nos cuidaron, por rechazo, por miedo, por vergüenza. No importa el tiempo que lleven enterradas en lo más profundo de nuestro ser. Basta que se den las condiciones adecuadas para que podamos traerlas a la vida y permitir que se desarrollen con todo su potencial.
Carmen Guerrero |