Le grité con furia e impotencia, no podía creer que fuera la persona que más me decepcionó y traicionó en la vida, que más me falló, no entendía sus modos de amarme, sus maneras atravesadas de acercarse a mi, de supuestamente protegerme, defenderme, de entenderme, vi con claridad que no ponía ningún esfuerzo en acercarse, sólo cometía siempre los mismos errores, generaba la misma distancia, se alejaba, me maltrataba, un fuego que me quemaba por dentro lleno de rabia y frustración me llevó a dar dos pasos hacia adelante sólo para empujarlo/a, para que reaccionara, para que se asustara, para que le llegaran mi coraje, mi decepción y mi pasión, para que le duela mi presencia y mi grito lo atravesara... y cuando por fin lo toqué, cuando llegó el momento que soñé toda mi vida, cuando pude concretar ese enfrentamiento pendiente, y soltar todas mis ganas de atacar y defenderme frente a ese fantasma castrador y aniquilador... ¡me di cuenta que era yo mismo! ...que todo estaba en mi interior, entendí que a veces somos nuestros peores enemigos, somos el filo que corta nuestras alas, que no nos deja volar, crecer, avanzar, somos la inseguridad traducida en bloqueos, en frenos, somos el más estricto y exigente maestro que nos rezonga y castiga, somos una frialdad en forma de protección, que nos impide amar con libertad y confianza, que nos genera dudas sobre los demás, que nos lleva a sospechar de las buenas intenciones de otros, somos el dedo que nos señala sin lástima y como castigo un rincón para sentarnos desterrados de la vida, de la gente, de las experiencias, de los sentimientos... al final descubrí una gran verdad: estaba furioso conmigo mismo, mi peor enemigo estaba latiendo dentro mío... el peor enemigo era yo mismo/a, y con él era con el que tenía que hablar y enfrentar... para por fin calmarme, entender y actuar. Mi charla pendiente era conmigo mismo...

Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com