En un día muy helado, un grupo de erizos que se encuentran cerca sienten simultáneamente la necesidad de juntarse para darse calor y no morir congelados.
Cuando se aproximan mucho, sienten el dolor que les causan las púas de los otros erizos, lo que les impulsa a alejarse de nuevo.
Sin embargo, como el hecho de alejarse va acompañado de un frío insoportable, se ven en el dilema de elegir: herirse con la cercanía de los otros o morir. Por ello, van cambiando la distancia que les separa hasta que encuentran una óptima, en la que no se hacen demasiado daño ni mueren de frío.
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A veces, un niño o una niña por cuestión de supervivencia se queda donde le hacen daño, creando sistemas de defensa para poder soportar el dolor físico o emocional que le supone estar ahí.
¿Es necesario que sigamos haciendo esto cuando somos adultos?
¿Seguirían los erizos pinchándose unos a otros bajo un espléndido sol de verano?
Cuando algo o alguien te hagan daño, pide que dejen de hacerlo, exígelo si no, y si el abuso sigue, sal de ese lugar o relación. Si no puedes solo o sola, busca ayuda. Cada paso adelante para cuidar nuestro niño interior, da más poder a nuestra parte consciente, nuestro verdadero Ser Esencial, ese que nos permite crecer y vivir el presente con mayor plenitud.
Carmen Guerrero |