Llega un momento sorpresivo en nuestras vidas donde los roles se cruzan, se rotan, y quedamos como desconcertados sin saberlos manejar.
Aquel que lo era todo, que lo sabía todo, que lo hacía todo, se vuelve una criatura frágil, confusa, limitada, incapacitada, débil, su mente no tiene la rapidez de antes, ni la frescura e inteligencia de antes, su firmeza por momentos se desmorona en llantos incomprensivos, su sensibilidad asombra, su impaciencia asusta y enoja, sus risas repentinas y sin sentido descolocan, su cansancio es constante, su cuerpo sin duda ya no es el mismo en ningún sentido. Sus charlas se vuelven reiterativas. Su mirada se pierde seguido. Y su mente entra en telarañas en las que por momentos es difícil rescatarlo. Y toca cuidarlos. Y toca mimarlos. Y toca comprenderlos.
Lo que les pasa a ellos todos lo sabemos. El asunto es: nosotros (los que vamos camino a, en el futuro, transitar su mismo deterioro) ¿estamos preparados para entenderlo, para acompañarlo? Porque aquí la falla no es de ellos... ellos están transitando el recorrido humano esperado. Lo que nos pasará a todos. Ni más ni menos. Algunos con más complicaciones que otros. Pero el envejecimiento implica todo eso. El problema somos los que quedamos del lado fuerte del camino, a los que nos toca sostenerlos.
Muchos tienen una constante sed por negar el deterioro humano, por minimizarlo, por no verlo ni reconocerlo. Y con esa postura sólo complican todo, porque es obvio que tarde o temprano aparecerán los gritos, las impaciencias, el mal humor, las faltas de tacto, gestos de desprecio, de enojo, las sensaciones de impotencia y, finalmente, las distancias, el dejarlos solos, el desentendernos, el poner la responsabilidad en manos de otros, y en muchos casos hasta el abandono…
Es cierto, ese deterioro (que es esperable y normal) genera un quiebre familiar tremendo. Cuando los roles giran 180 grados y el que era cuidado ahora tiene que cuidar, se desordena toda una estructura familiar de base. Y nos cuesta asimilar las nuevas posiciones. No sólo las nuestras de pasar a tener paciencia, comprender y ayudar, sino de comenzar a hacer lo que jamás se hizo, de ver derrumbado al que antes era un héroe, de asimilar que la vida se vuelve dolorosa e injusta al que amamos tanto, y de que no hay otros para sostenerlo más que nuestras propias manos, cariño y paciencia. Si él pudo con nosotros, nosotros podemos con él.
Como decía una frase que leí hace poco: Impresionante que una madre haya podido con la carga de 10 hijos, lo inconcebible es que 10 hijos no puedan con el cuidado de una madre. Y hay tantos casos así… Eso explica el abandono que sufre mucho la tercera edad.
Pero ese ser viejo, cansado, confundido, atrapado en una estructura física que se debilita cada vez más, que se enferma cada vez más, en donde se quiebran huesos y sueños... hay un ser humano al que seguramente le debemos mucho. Y esa persona aún tiene sensibilidad y recuerdos a cuestas. Y cada acto del entorno que no logra comprender. La soledad se multiplica, y el abandono al principio lo desconcierta pero finalmente le duele y lo hunde en una profundidad de la que es difícil rescatarlo. La falla principal es de quien tiene ahora una nueva tarea en sus hombros para la que no estaba preparado.
Preparémonos e informémonos de lo que nos espera a todos los que crecemos en un ambiente familiar donde, tarde o temprano, convivirá con nosotros un anciano. Sepamos desde ahora mismo lo que pasará con él y principalmente con nosotros.
El giro de posiciones. Las nuevas responsabilidades. Habrá en muchos aspectos un niño más en tu vida, al que mimar, cuidar, proteger, atender... quizás no tuviste la mejor relación con esa persona, pero aquí no se pone en juego lo que él te debe a ti... sino lo que tú te debes a ti mismo. Estar en paz contigo haciendo las cosas bien, lo mejor que puedas.
Muchos me escribirán: "Pero no imaginas lo que sufrí con ésta persona de joven... ¿y yo ahora tengo que cuidarla?" Sólo intenta hablar contigo y pregúntate: "¿Cómo me sentiré mejor? ¿De qué modo estaré más en paz conmigo mismo? ¿Qué tengo que hacer realmente con esta prueba que me desafía tanto transitar? ¿Realmente puedo con esto? No se trata de lo que yo le debo a esa persona o lo que ella me debe a mi... sino de lo que yo tengo que hacer."
Y recordemos siempre que tarde o temprano llegará el momento que nos toque estar en esos zapatos gastados y cansados. Y seremos nosotros los que necesitemos manos fuertes a nuestro lado, mentes claras que piensen por nosotros, que nos ayuden a tomar decisiones, e incluso a cocinar y comer... que nos mimen, nos atiendan la vida misma, paguen nuestro techo y nos recuerden el afecto más importante que nos alimenta a todos: el amor (que de ancianos algunos lo olvidan tanto…)
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com |