El tiempo nos ha enseñado lo efímero, breve, que suelen ser las cosas aparentemente bellas de la vida. Hay una belleza fugaz, perecedera, que se va y que deja luego en evidencia la esencia de todo: de las personas, de los hechos... Es verdad que tarde o temprano los pétalos caen y se verá el real corazón de la flor. Lo mismo pasa entre humanos.
"No elijas a la persona más bonita del mundo, elige a la persona que haga más bonito tu mundo"
Los humanos tardamos mucho en darnos cuenta de esa sustancial diferencia del concepto belleza... la belleza estética y la belleza espiritual. Una se la lleva el otoño, la vida la borra, pero la otra dura indefinidamente, porque está en nuestra raíz... y mientras vivamos la tendremos. Podremos ser bellos toda la vida. Esa belleza no muere, ni cae, ni se marchita como la otra.
La belleza espiritual nos oxigena el alma, acercarnos a alguien que tiene esa belleza nos "refresca" el espíritu, nos genera paz, nos ilumina oscuridades, nos genera sonrisas dulces, inocentes, nos despierta al niño que todos tenemos dormido, nos energiza y nos devuelve a la vida con ganas de vivirla.
Es verdad, todos tendemos a enamorarnos de las flores del otro, de su aspecto hermoso, de su seducción mágica, de sus colores brillantes o diferentes... pero no nos olvidemos de sus raíces, porque de ellas se sostiene, son su base, y su esencia... y cuando llegue el otoño de la vida, con esa parte suya convivirás, esa parte que no se marchita, que por el contrario se intensifica y florece cada día. Enamorémonos mejor de esa belleza suya, apreciémosla, disfrutémosla, necesitémosla... que sea la parte que más nos atrae de ella... simplemente porque jamás marchitará y siempre florecerá.
Fuente: Ps. Patricia Cabrera Sena - www.suconsulta.com |