Salí de casa casi a oscuras, a tientas, casi sin conciencia. Pero lo más paradójico era que apenas tenía consciencia de mi inconsciencia, de mi oscuridad, de mi ceguera; sólo un instinto innato, natural, me llevó a tomar mi decisión, a arriesgarme, a aventurarme. Y así acompañado sólo por ese “loquito” que habitaba, habita y espero siga habitando en mi interior emprendí el viaje, mi propio viaje. Un viaje sin rumbo ni meta definida, un viaje en el que sólo buscaba lo que todo ser humano: encontrarme bien conmigo mismo, vivir en armonía y equilibrio, en definitiva ser feliz.
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